Juliette Binoche en Morelia: Entre la creación, la verdad y la tormenta
Juliette Binoche no regresó a Morelia como una actriz, sino como un artefacto de su propia creación: una obra gestada durante una década, lista para ser revelada.
Su visita al Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) este fin de semana, diez años después de su primera aparición, no fue un simple desfile de celebridad; fue el acto culminante de un viaje íntimo, la presentación de una pieza que había guardado celosamente por más de quince años.
Morelia se convirtió en el escenario donde la intérprete dio un paso al costado para mostrar a la directora, la exploradora y la artista en su forma más pura.
Juliette Binoche: Una actriz que conecta con México
La atmósfera de su llegada, tras su paso inicial como invitada de honor en 2014, estaba cargada de un significado especial. Binoche no tardó en compartir su profunda conexión personal con México, revelando que su padre vivió y enseñó actuación en el país durante casi diez años.
“Por eso estar aquí tiene para mí un significado especial”, comentó, dotando a su regreso de un eco familiar y nostálgico.
Con una generosidad palpable, elogió el trabajo de los fundadores del festival, Alejandro Ramírez y Daniela Michel, a quienes reconoció por haber construido “una comunidad de cinéfilos que aman el cine y dan al cine mexicano un lugar fuerte en el mundo”.
Sus palabras no fueron una cortesía vacía, sino el reconocimiento de una colega que entiende el valor de crear espacios para el arte. Sin embargo, más allá de los reconocimientos y los recuerdos, Binoche llegó a Morelia para compartir la pieza central de su visita: su audaz y esperado debut como directora.

In-I: In Motion – El viaje íntimo guardado en un cajón
In-I: In Motion es el corazón de la visita de Juliette Binoche a Morelia. Presentada como un audaz experimento artístico, la obra es una fusión de danza, cine y una profunda exploración personal que captura la esencia misma del proceso creativo: la vulnerabilidad, el riesgo y la transformación.
La génesis de la película se remonta a 2007 y surgió de una serendipia artística. No fue una colaboración planeada, sino un encuentro que, en sus palabras, “sucedió de repente”. Binoche, sin ser bailarina, se embarcó en un desafío monumental con el aclamado coreógrafo Akram Khan.
“Fue una coincidencia, pero se sintió genuino”, explicó sobre el origen de un proyecto que la empujaría a sus límites físicos y emocionales.
“Él me propuso que estuviera delante del espejo y siguiera los movimientos, yo estaba obedeciendo la indicación, y le dije ‘yo quiero que bailemos juntos y probar mis propios movimientos’ y durante el resto del día trabajamos así en esta forma. Luego acordamos trabajar dos años después y así lo hicimos”, explicó.
“Claro que sí me dio miedo, pero es necesario aprender a ver este miedo”, expresó la actriz sobre lo que tuvo que enfrentar.

Robert Redford, el que la empujó a ser cineasta
La anécdota clave que transformó este performance en un largometraje provino de una fuente inesperada: el recién fallecido Robert Redford.
Binoche recuerda cómo, tras una función en Nueva York, Redford la abordó en su camerino y la impulsó a convertir la pieza en una película. Siguiendo su instinto, le pidió a su hermana, la cineasta Marion Stalens, que filmara las últimas siete presentaciones, acumulando así 170 horas de material crudo y visceral.
El proyecto se convirtió en un “negocio familiar”, como bromeó la propia actriz, con su hermana detrás de la cámara y su hermano como productor. Pero lo más significativo fue el tiempo que tardó en ver la luz.
“Guardé esas cintas unos 15-16 años”, confesó Binoche. Este largo periodo de gestación imbuye a la película de un carácter reflexivo y profundamente personal, transformando el metraje de un simple registro a un diálogo íntimo con su propio pasado artístico.
La filosofía detrás de In-I: In Motion es un reflejo del credo de Binoche. Su propósito, explicó, era ser un “espejo” para el público y demostrar que “cada uno puede encontrar su forma de arte”.
La versión proyectada en Morelia, con su duración original de 156 minutos, fue anunciada como la última vez que se vería en su forma completa, un regalo de despedida para la comunidad cinéfila que la acogió.
Así, la película no solo encapsuló su viaje personal, sino que sirvió como el puente perfecto hacia sus diálogos directos con el público del festival.

La cátedra de Binoche: Vulnerabilidad y creación sin miedo
La conferencia magistral y sus encuentros con la prensa fueron los momentos en que la artista se despojó de sus personajes para compartir su proceso creativo de una manera directa y vulnerable.
Estos diálogos se convirtieron en una cátedra sobre la valentía, la humildad y el propósito fundamental del arte, revelando la filosofía que ha guiado su extraordinaria carrera.
Al hablar sobre el desafío que representó In-I: In Motion, Binoche no escatimó en la crudeza de su experiencia. Primero, confesó la magnitud del riesgo que asumió al explorar un territorio artístico desconocido: “Morirme hubiera sido más sencillo que esto”.
“Mi intención con este filme era que la gente encarnara las vidas que fuera a lugares a los que nunca han ido y que creyera que se puedan lograr las cosas, que haya más formas artísticas”, comentó.
“Es necesario y te invita a que si quieres hacer algo hazlo y ya. En la película era incapaz de bailar y no sabía como hacer eso y no podía, pero lo fui haciendo en el trayecto, creo que esta película nos permite ser más artísticos en nuestras vidas”, añadió.
Una directora que se inspira por la curiosidad
Además otro de sus propósitos como directora era ir más allá de la obra: “Cuando veo algo siempre quiero saber cómo se hizo, quiero saber los secretos, si fue difícil o no. Saber cómo se hizo y claro podía haber hecho una película de nueve horas, pero reduje la película”, sumó.
Más tarde, en la misma conversación, reveló la recompensa de ese salto al vacío: “Aprendí a no tener miedo”. Las dos frases, pronunciadas en el mismo espacio pedagógico, son las dos caras de su proceso: la voluntad de enfrentar una “muerte” artística es precisamente lo que permite trascender el miedo.
Para Binoche, la disciplina —sea la actuación, la danza o la pintura— es secundaria a la búsqueda interna. Lo que importa es la intención, la exploración constante. Su visión quedó encapsulada en una frase definitoria que resonó como un manifiesto: “El arte debe renovarte; si no lo hace, estás en el lugar equivocado”.

Ser actriz es ser una herramienta que sirve para humanizar
Su perspectiva sobre el éxito y el reconocimiento público se aleja de la vanidad para anclarse en una profunda humildad y un sentido de libertad.
“No creo que sea tan importante saber si soy famosa o si ser reconocida aporta a la película, porque cuando estás frente a la cámara, tienes que reinventarte todo el tiempo. No quiero saber nada cuando estoy ahí, no quiero saber si hago algo para las vidas de alguien siento que estoy al servicio de una historia”, enfatizó.
“Soy una herramienta que sirve para humanizar y sirve para analizar la conciencia de la gente, me siento muy privilegiada de lo que hago. Las grandes actuaciones surgen de la humildad, por eso no quiero saber nada de los resultados”, continuó.
La actriz expresó un fuerte compromiso con su carrera de actriz: “Lo que haya podido dar de un guión que se hizo antes de mí, o lo que se haga después, soy solo una parte de todo, solo tengo mi sensibilidad y mi habilidad”, expresó.
“Soy parte de algo, no me pertenece. Prefiero saltarme esa parte de tener demasiada importancia. Yo me voy a morir en 20 o 30 años y voy a luchar por seguir actuando, quiero actuar hasta el final, quiero hacer todo lo que pueda, quiero ser tan libre como pueda”, enfatizó.
Este espacio de reflexión, donde el arte se presentaba como un refugio de verdad y renovación, estaba a punto de ser interrumpido por la cruda realidad política que aguardaba fuera de las paredes del teatro.

El contrapunto inesperado: La protesta que silenció la alfombra roja
El delicado equilibrio entre el universo del cine y la realidad sociopolítica global se rompió de forma abrupta y contundente. Justo antes de la ceremonia de homenaje a Juliette Binoche, la alfombra roja, tradicionalmente un espacio de celebración y glamour, fue cancelada.
La razón: decenas de manifestantes pro-Palestina “tomaron” el espacio para protestar “en contra del genocidio en Gaza”, transformando el ambiente festivo en un escenario de tensión dramática.
El suceso fue un choque frontal entre dos mundos. Por un lado, la comunidad cinematográfica reunida para honrar a una de sus figuras más insignes; por el otro, el eco de un conflicto internacional que exigía ser escuchado.
El festival, y en particular su invitada de honor, se vieron envueltos en una situación que ponía a prueba el mensaje de verdad y conexión humana que la propia artista defendía.
Este contrapunto inesperado se convirtió en el preludio inmediato a uno de los momentos más importantes para Binoche en Morelia: la recepción de su premio. Con el eco de las consignas aún en el aire, la pregunta que flotaba entre los asistentes era inevitable: ¿cómo reaccionaría la homenajeada ante esta inesperada y cargada interrupción de la realidad?

El homenaje: Verdad y humildad frente a la adversidad
Tras la tensión generada por la protesta, la ceremonia de premiación se convirtió en el clímax narrativo de la visita de Juliette Binoche. Lejos de ser un mero trámite protocolario, el evento se transformó en un escenario para su declaración más poderosa sobre el rol del artista en un mundo convulso.
Al recibir el Premio a la Excelencia Artística —una escultura creada por el artista michoacano Javier Marín, que en ediciones pasadas recibieron figuras como Francis Ford Coppola—, Binoche tomó el micrófono y se dirigió a la audiencia con una claridad asombrosa.
Su discurso, pronunciado a la sombra de la controversia, fue una reflexión directa sobre la desinformación y la responsabilidad. “Estamos rodeados de muchas mentiras alrededor de nosotros, mentiras en redes sociales, los políticos han estado manipulando… tenemos que estar conscientes de eso”, afirmó.
Conectó esta cruda realidad con la misión del creador, declarando que el deber del artista es “decir la verdad e inspirar a otras personas”.
Una reafirmación a su propósito
Pero fue su siguiente acto el que dejó una marca indeleble. Declarando que más allá de los premios y las alfombras, los actores “debemos de servirles” al público, e inmediatamente después, tradujo esa palabra en un acto de devoción total, arrodillándose y luego haciendo una reverencia hasta tocar el suelo del escenario con su rostro.
Fue la encarnación física de la filosofía que había compartido horas antes: que el arte verdadero no nace del ego, sino de la humildad. No fue una respuesta a la protesta, sino una reafirmación de su propósito fundamental como artista: el servicio a la humanidad a través de la verdad y la emoción.
Con este acto de entrega, su homenaje trascendió el premio y la controversia, dejando en los asistentes la imagen imborrable de una artista cuya grandeza no reside en los galardones, sino en su profunda y valiente humanidad.

La huella de Binoche: El arte como renovación
La visita de Juliette Binoche al FICM 2025 será recordada no como la aparición fugaz de una celebridad, sino como una manifestación coherente y valiente de una filosofía artística y vital.
En cada uno de sus actos —desde la vulnerabilidad expuesta en su película y su cátedra, hasta la gracia con la que manejó la controversia y la profunda humildad de su homenaje al público—, demostró una integridad que resonó mucho más allá de las salas de cine.
“Hay que intentar ser lo más libre que uno pueda ser. Yo me siento libre cuando rezo porque siento que me elevo y vuelo o me siento como una hormiga, así que necesito elevarme, sino no me siento libre”, expresó.
“Me ayuda en mi relación con los demás, encontrar una cierta tolerancia, pero creo que la libertad es una pregunta de qué escoges, porque algunos la tenemos, cuando elegimos sobre cómo vemos el mundo y creo que tiene que ver con lo que se nos da”, siguió.
“Escoger cómo queremos ser, pensar, sentirnos y compartir las palabras que usamos. Tenemos esa libertad, así que tener conciencia de eso es una responsabilidad. No soy perfecta ni mucho menos, pero eso sí nos pertenece escoger lo que queremos darle al mundo y cómo queremos participar en él”, concluyó.
Una artista que no teme al riesgo artístico
Su paso por Morelia dejó un legado de reflexiones sobre el propósito de la creación en tiempos de incertidumbre. Nos recordó que el arte no es un escape de la realidad, sino una herramienta para enfrentarla con honestidad, para cuestionar las mentiras y para encontrar los puentes que nos conectan.
La huella de Binoche es la de una artista que no teme al riesgo, que abraza la imperfección y que entiende su oficio como un acto de servicio. Su mensaje final, poderoso y resonante, encapsula la esencia de su visita y nos deja una reflexión duradera sobre por qué el arte sigue siendo indispensable:
“El arte debe ser ese lugar que te renueva a ti mismo”.
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