Iñárritu y Arriaga firman la paz en Bellas Artes: El abrazo que sanó 20 años de heridas
El mundo del entretenimiento ha tenido otra de las reconciliaciones más emblemáticas de los últimos tiempos.
Siguiendo los pasos de los hermanos Gallagher con su Oasis, ahora tocó el turno del cineasta Alejandro González Iñárritu y el escritor y cineasta Guillermo Arriaga, quienes la noche de este lunes cerraron una etapa de controversia cinéfila con un abrazo en Bellas Artes.
No era una noche cualquiera. Convocados por la Secretaría de Cultura, el IMCINE y el INBAL, el público se congregaba para celebrar los 25 años de Amores perros con la proyección de una versión restaurada en 4K, supervisada por el propio Iñárritu y el cinefotógrafo Rodrigo Prieto, y con la promesa de un concierto de Gustavo Santaolalla como broche de oro.
Pero mientras las luces se atenuaban, el verdadero clímax no estaba en la pantalla, sino en el escenario. Alejandro González Iñárritu, con una emoción palpable, invitó a unirse a él a Guillermo Arriaga.
Un abrazo para tiempos de heridas
La sala no solo contuvo el aliento; dejó escapar un suspiro colectivo antes de estallar en una ovación que no era solo de aplauso, sino de alivio. El abrazo entre director y guionista sellaba, ante cientos de testigos, el fin de una de las rupturas más célebres y dolorosas de nuestra cinematografía.
“En estos momentos de heridas profundas, siempre existe la posibilidad de la reconciliación”, expresó Guillermo Arriaga al tomar el micrófono. “Creo que en un momento tan delicado en el mundo, es bonito que este señor y yo estemos juntos de nuevo como lo que siempre fuimos: hermanos”, añadió.
“Ayer nos vimos por primera vez en casi dos décadas y me dijo, ‘no te puedo dejar solo ni un ratito porque te haces abuelo’. Es que soy abuelo gracias a Tabata y Santiago”, dijo.
Dedicatoria especial
“Queremos dedicar Alejandro y yo a las personas que no están con nosotros que son Gerardo (Campbell) y Emilio (Echeverría), Emilio que también era un hermano nuestro y fue uno de los mejores actores. Los dejamos que disfruten Amores…”, comentó Arriaga y complementó Iñárritu: “…Perros”.
El gesto, a la vez simple y monumental, planteaba la trama de fondo que superaba cualquier guión.
¿Cómo dos de los talentos más formidables del cine mexicano, cuya mancuerna creativa parecía forjada en acero, terminaron enredados en una guerra fría que duró más de una década? ¿Y qué fuerzas, qué conversaciones y qué madurez se necesitaron para que finalmente firmaran la paz?
Para entender el peso de ese abrazo, es necesario retroceder en el tiempo, al origen de una colaboración tan brillante como conflictiva, una historia de cine, egos y, finalmente, redención.

La época dorada: Una mancuerna que redefinió el cine
A principios del nuevo milenio, la colaboración entre Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga tuvo el efecto de un sismo en la industria.
Juntos, crearon un lenguaje cinematográfico crudo, fragmentado y profundamente humano que no sólo revitalizó un cine mexicano que parecía estancado, sino que los catapultó a la escena internacional como una fuerza creativa con la que había que contar.
Su trabajo no era una simple suma de talentos; era una combustión, una fórmula que redefinió las narrativas de la tragedia moderna.
Su obra conjunta, conocida popularmente como la “Trilogía de la Muerte”, se convirtió en un referente ineludible del cine contemporáneo.
Amores Perros (2000)
Más que una ópera prima, fue una detonación. Un retrato visceral y polifónico de la Ciudad de México que entrelazaba destinos a través de un accidente de coche. La cinta se convirtió en un fenómeno de crítica y público, obteniendo una nominación al Oscar como Mejor Película Extranjera y presentando al mundo un estilo narrativo audaz y sin concesiones.

21 Gramos (2003)
Con esta película, la dupla exportó su fórmula a Hollywood. Consolidaron su uso de la narrativa no lineal para explorar el peso existencial del dolor, el azar y la culpa. La historia de un matemático, una madre en duelo y un exconvicto unidos por la tragedia demostró que su visión era universal, capaz de resonar en cualquier idioma.
Babel (2006)
Fue la culminación de su método y, paradójicamente, el punto de quiebre. Una epopeya global filmada en tres continentes que exploraba la incomunicación. La cinta le valió a Arriaga el premio al Mejor Guión en Cannes, pero para el ojo entrenado, las grietas ya eran visibles. La notable ausencia o marginación de Arriaga durante la campaña promocional del filme fue el presagio de que la aclamación internacional ocultaba una fractura ya insostenible.
Detrás de los premios y los aplausos, la tensión había alcanzado un punto de ebullición. El éxito monumental de su trilogía apenas lograba disimular una guerra teológica sobre la naturaleza misma de la autoría que estaba a punto de estallar.
El origen del conflicto: “Un pacto de caballeros que él no respetó”
El núcleo del conflicto no fue una traición súbita, sino una colisión filosófica fundamental, una guerra de principios sobre la creación artística.
De un lado, la convicción de Arriaga en el escritor como autor primario; del otro, la adhesión de Iñárritu a la teoría del director como auteur, el único soberano de la obra. Fue el desgaste progresivo de una relación alimentada por percepciones de agravio y una lucha irresoluble por el crédito de unas obras que ambos sentían, con la misma intensidad, como propias.
Arriaga solicitó que en los créditos de dichas películas estuvieran los nombres de ambos. Por ejemplo, para Amores perros, Guillermo se inspiró de su perro de ojos amarillos llamado ‘Coffee’ para una trilogía que escribió para dirigir, aunque Iñárritu le propuso que fuera él quien dirigiera.
“Toda la historia (de Amores perros) es muy personal, contenía el nombre de mi perro, de mi mujer, de mi familia y de mis amigos. ¿Por qué es la película del director? ¿Tú me dijiste qué escribir o qué?”, comentó Arriaga en una entrevista con la revista Life And Style.
“Parte del pleito (con Iñárritu) fue porque algunas revistas empezaron a decir que este señor era el director de mis escritos y eso lo enfureció. Yo no demerito la aportación del director, es fundamental, pero no es como que fui su empleado. Trabajamos juntos, pero yo le di la sustancia para que la manipulara”, expresó Guillermo.

No pudieron ser como los Coen
Las grietas de la relación se pueden rastrear a través de las propias palabras de Arriaga, quien con el tiempo fue desvelando los momentos clave de la disputa.
“(Es) muy agridulce porque Alejandro y yo habíamos tenido un acuerdo de caballeros de que iba a ser una película de los dos y que íbamos a ir juntos a recoger todos los premios, pero ese pacto se derrumbó cuando salió la película. Sí me alegró que fuera nominada, aunque ese fue un momento muy agridulce”, compartió el novelista.
Desde el inicio, Arriaga buscó un reconocimiento que trascendiera el crédito de guionista. Su propuesta era firmar las películas juntos, al estilo de los hermanos Coen.
“Se lo di con una condición: que firmáramos los dos, como hacen los hermanos Coen, no es nada raro. Estaba ya inventado. Este era un proyecto muy personal. Participé en todos los procesos: el montaje, el casting e hicimos un pacto entre caballeros que él no respetó. Le insistí en que debía ser un proyecto de dos, en que habláramos de las películas como nuestras. Pero no lo respetó”, expresó Arriaga.
“Mick Jagger y Keith Richards no se hablan”
La nominación de Amores Perros fue, para Arriaga, una decepción disfrazada de triunfo. Según él, existía un “pacto de caballeros” para recoger juntos cualquier premio, un acuerdo que se rompió. Esa noche en Hollywood, la alegría quedó empañada por la sensación de una promesa rota y un reconocimiento que sentía incompleto. “(La relación) se derrumbó desde antes (de la noche del Oscar)”, dijo Guillermo.
La tensión se volvió tan palpable que, para mantener la colaboración a flote, Iñárritu le propuso a Arriaga un pacto brutalmente pragmático, más propio de una fusión corporativa que de una alianza creativa:
“Me dijo: ‘Mick Jagger y Keith Richards no se hablan, pero los Rolling Stones son mejores juntos que separados. No necesitamos ser amigos para trabajar’. Todo resulta mucho más complejo, no se reduce a disparidad de criterios, hay repartos de derechos por medio, cosas así”, explicó.
La guerra fría: Cartas abiertas y declaraciones lapidarias
Tras el estreno de Babel, lo que había sido un conflicto privado se transformó en un espectáculo público. El divorcio profesional se oficializó en las páginas de las revistas y los foros de festivales.
Las indirectas se convirtieron en acusaciones directas, y cada declaración abría más la herida, haciendo que cualquier posibilidad de reconciliación pareciera una fantasía.

La escalada del conflicto se documentó en una serie de eventos y declaraciones que marcaron una década de distanciamiento.
El golpe más resonante fue una carta abierta publicada en la revista Chilango. Firmada por Iñárritu y un grupo de colaboradores clave —incluidos los actores Gael García Bernal y Adriana Barraza, el compositor Gustavo Santaolalla y el cinefotógrafo Rodrigo Prieto—, la misiva era una dura reprimenda pública.
La carta en Chilango
No era solo Iñárritu contra Arriaga; era la familia creativa entera repudiando a uno de los suyos. Su frase más contundente resonó en toda la industria:
“Qué lástima que en tu injustificada obsesión por reclamar la sola autoría de una película parezcas desconocer que el cine es un arte de profunda colaboración”, dice la carta.
“No fuiste —y nunca te has dejado sentir— parte de este equipo y tus declaraciones son un lamentable y muy reductivo punto final de este maravilloso y colectivo proceso que todos nosotros hemos vivido y ahora celebramos”, continúa.
“Es una pena que a lo largo de un año, en la mayor parte de las entrevistas que te han hecho y que hemos podido leer, más que un reconocimiento al trabajo de todos nosotros, sólo hemos podido percibir amargura y un insistente reclamo de atención mediática hacia tu persona”, añade.
La postura irreconciliable de Arriaga
Durante los años siguientes, Arriaga no mostró ninguna intención de ceder. Su postura era firme y sus declaraciones, categóricas.
“Tengo 13 años de no hablar con este hombre y no me interesa”, dijo en una entrevista con El País en el 2020. Cuando se le preguntó si había alguna posibilidad de volver a hablar con Iñárritu, su respuesta fue un tajante: “Jamás, jamás”. Para él, la ruptura era definitiva.
“No se trata de un asunto de narcisismo. Yo siempre defendí el espíritu colectivo de las películas. Yo no trabajo para directores, sino con directores”, refirió sobre las historias en las que afirma puso su vida, sangre y huellas dactilares. “No entregué cualquier cosilla. No era simplemente un trabajo”, agregó.
“No he visto sus películas, no me interesa nada de lo que haga o de lo que diga… ya no quiero ahondar en el tema. Acabo de ganar el Premio Alfaguara y me tiene muy feliz”, dijo la vez de sus máximos triunfos en el 2020 por su libro Salvar el fuego.

Si eres el capitán tomas el barco
En 2007, luego de tres películas juntos, terminaron definitivamente sus colaboraciones. En esa época Arriaga reveló a la revista Proceso que cuando terminó el guión de Babel y se lo entregó a Iñárritu ya no formó parte del rodaje. Alejandro detalló a la misma revista que le hizo algunos cambios al guión.
“Guillermo es un escritor talentoso, pero una vez que tienes el guión, eres el capitán, tomas el barco para cruzar el océano y si no construiste bien el barco te vas a enfrentar a muchas cosas y por eso tienes que reajustar”, dijo Iñárritu.
La sombra de El Renacido
La guerra fría alcanzó un nuevo nivel de intriga cuando Arriaga lanzó una acusación que rozaba lo personal.
Afirmó que la idea central de El Renacido (2015), la película que finalmente le daría el Oscar a Iñárritu, era originalmente suya. Para Arriaga, un cazador de toda la vida, no era un simple robo intelectual; era un despojo de su identidad.
Declaró sin rodeos: “No he visto la película, pero yo le he contado esa idea y mi obsesión por la misma, así que me robó mi mundo. Él no es un tipo de cacerías ni de monte. Nada de eso”, afirmó Arriaga en entrevista para El País sobre El renacido y la inspiración de su pasión por la cacería.
Después de cartas incendiarias, negativas absolutas y acusaciones de robo existencial, el abismo entre ambos parecía insalvable. La historia de su colaboración se había convertido en una crónica de agravios, y la idea de una reconciliación no solo sonaba improbable, sino francamente imposible.
El peso de la amistad y el legado
De vuelta en Bellas Artes, con la historia de la ruptura como telón de fondo, aquel abrazo adquirió una nueva dimensión.
No fue solo un gesto de cortesía, sino el reconocimiento público de que el legado que construyeron juntos es más grande y más perdurable que los egos que los separaron. Fue la aceptación de que, a pesar del dolor, sus nombres permanecerán indisolublemente ligados a un momento crucial del cine.
Su reconciliación, en un “mundo cada vez más polarizado” como ellos mismos señalaron, ofrece una lección sobre la madurez necesaria para superar conflictos que parecían eternos.

Es un recordatorio de que las grandes alianzas creativas son, por naturaleza, complejas y a menudo explosivas, pero que la voluntad de dialogar puede reconstruir los puentes más quemados.
Al final, la historia de Iñárritu y Arriaga no es solo una anécdota de la industria. Su agria disputa pública, con sus temas de traición, incomunicación y destino, se convirtió en la cuarta parte no filmada de su trilogía.
Mensaje en un mundo polarizado
Un drama de la vida real, tan crudo y complejo como cualquiera de sus ficciones, que finalmente encontró, contra todo pronóstico, una resolución no en un guion, sino en un abrazo.
En un comunicado conjunto que emitieron esa noche, ambos ofrecieron la respuesta que trascendía el rencor y apuntaba a la reconciliación:
“Luego de años enemistados, hemos resuelto dejar atrás nuestras desavenencias y retornar a la amistad que nos unió y que nos permitió realizar tres películas juntos de las cuales nos sentimos orgullosos”, dice el texto.
“Los veinticinco años de Amores perros se convirtieron en la coyuntura ideal para que volviéramos a dialogar y a rescatar puntos de encuentro. En un mundo cada vez más polarizado y donde las discrepancias pesan más que las similitudes, creemos que dar este paso puede brindar un ejemplo de concordia y de voluntad”, sigue.
“A lo largo de los años, y aun de manera reciente, diversas voces nos azuzaron para confrontarnos. Hoy pesan más las voces de nuestras familias y las de la gente que nos quiere, que nos impulsaron a reconocer la valía del afecto perdido entre nosotros y que hemos decidido recuperar”, cerró.
