‘Haz que regrese’: No hay miedo más atroz que el de perder a alguien
Danny y Michael Philippou fueron principalmente conocidos por tener un canal de YouTube llamado RackaRacka, conocido por crear intensos live actions de terror y comedia. Algunos de sus contenidos audiovisuales incluyen parodias de Harry Potter, Marvel o Star Wars.
Con más de dos billones de visualizaciones y más de seis millones de suscriptores, los mellizos ahora llegan con su segundo largometraje después de la muy sonada Háblame para demostrar que su creatividad en el terror y el poder de impactar a la audiencia lo tienen más que vigente con Haz que regrese.

Una historia de pérdida y rituales ocultistas
Dos hermanastros, Andy (Billy Barrat) y Piper (Sora Wong), una chica con una discapacidad visual que sufre bullying en su escuela, quedan súbitamente huérfanos.
Ahora, pasarán a las manos de una madre adoptiva que también es psiquiatra infantil, Laura (Sally Hawkins).
Sin embargo, pronto el hermano mayor se dará cuenta de la extrañeza detrás de sus actos, descubriendo un ritual ocultista que puede traer de vuelta a los muertos.
El dolor como motor narrativo
Los hermanos Phillipou comenzaron filmando lucha libre amateur que hacían entre amigos hasta que decidieron hacer algo mucho más formal.
El resultado se ha proyectado con creces en su corta filmografía, misma que de momento presenta un tema en común que las une: la pérdida y el no aprender a soltar.
Mientras que en Háblame, la referencia era muy clara con la mano y el no poder soltarla con tal de comunicarse con los muertos, en Haz que regrese adquiere un nivel aún más tétrico, pero todo es motivado por el mismo dolor de no superar la muerte de un ser querido.

El papel perturbador de Sally Hawkins
En Haz que regrese es la pena de una madre la que se explora por parte de los Philippou, un dolor que va potenciándose hasta que Laura (Hawkins) pierde incluso la perspectiva de su oficio.
El arco desarrollado por la actriz nominada al Oscar por La forma del agua es realmente perturbador. La labor de Hawkins pasa de ser una madre adoptiva obsesionada y sobreprotectora de Piper, como si fuera su propia hija.
No así con Andy, con quien se porta de una forma distinta hasta que el problema entre ambos escala de formas inesperadas e impactantes.
La fuerza del elenco joven
El rango emocional que trabaja la actriz es memorable y muy bien acompañado por Billy Barrat, quien se contrapone a su figura de autoridad y va cayendo poco a poco en el halo misterioso que rodea la casa de Laura, pero sobre todo la presencia de un joven niño, Oliver (Jonah Wren Phillips).
Es con sus cuestionamientos y sus propios traumas explotados en medio de esta batalla donde, como buen hermano mayor, quiere conseguir la custodia de su hermana, que todo detona de formas terribles.
Existe otro factor interesante en el guión de los Philippou y ese es el manejo de los ojos y la visión, tanto literal como metafóricamente.

La visión y la inocencia como símbolos
El hecho de que Piper sea una chica con una discapacidad visual que no le permite ver bien las cosas, más que algunas siluetas y luces, resulta un punto importante pues ella con eso conserva la inocencia en su mente y su mundo.
Su hermano la protege de los actos crueles y las situaciones que él sí puede ver. De igual forma, Laura explota esta vulnerabilidad para seguir con sus planes y aprovecha para engañarla al decirle una versión de las cosas que no es como la percibimos.
Ese gran detalle resuena aún más al explorar que ambos, tanto Andy como Laura, a pesar de ser antagonistas entre sí, comparten un punto en común que es el dolor mismo.
Culpa, agua y rituales
Uno carga con los abusos del padre, aquellos que toleró para proteger a su hermana de ese mundo cruel y voraz que los rodea.
La otra es incapaz de poder asimilar su dolor, al grado de que opta por invocar a lo desconocido con la única razón de volver a tener esa pieza que le falta.
La culpa también los carcome a ambos y eso les terminó por costar caro cuando las fuerzas sobrenaturales que los rodean por fin se desatan.

Influencias del terror asiático
Otro factor interesante es el agua. La lluvia cumple un factor que ayuda no sólo a la atmósfera de la cinta y del lugar en que todo sucede, sino que resulta una metáfora algo ruda que ese elemento sea el causante de la muerte cuando normalmente se asocia con la vida.
Esa metáfora resulta similar a la usada en Ringu (Nakata, 1998) y su pozo o las aguas de Dark waters (Nakata, 2002) del terror asiático. Aquí es una de las vías para el extraño ritual de traer de vuelta de la muerte a alguien, un elemento dador de vida corrompido.
La musicalización es clave en Haz que regrese. La labor de Cornel Wilczek (Together) en la cinta funciona de maravilla para transmitir no sólo la tensión de lo desconocido y las rarezas alrededor de ellos, sino para enaltecer esos puntos incómodos en los que los Philippou no se tientan el corazón, mostrando el entendimiento que tienen entre ellos desde Háblame.
Fotografía y horror gráfico
Otro factor interesante recae en la fotografía de Aaron McLisky, también colaborador de los hermanos, que es capaz de invadir las intimidades propias de los personajes en tomas extremadamente cercanas combinadas con aspectos generales del lugar aislado del que parece no haber escape.
Ni qué decir de la gran decisión de los Philippou de crear horror gráfico sin miedo, casi gore por momentos pero todo con efectos prácticos. Hay instantes y secuencias que realmente impactan al espectador por mostrarse tan brutalmente realistas. Eso ayuda a que este segundo proyecto de los hermanos australianos resulte tan memorable.

Conclusión: el miedo a no dejar ir
Por ello, Haz que regrese definitivamente es otro relato inteligente, propositivo y escabroso que pone en el mapa al terror este año que complementa de buena forma y, tal vez sin intenciones, a su anterior filme, mostrando que no hay peor maldición ni más atroz miedo que le de perder a alguien y no saber dejarlo ir.