Clímax en Medio: Es momento de continuar
“¡Lo mataron, lo mataron!”. Quizás sean pocos los que reconozcan el grito de aquellos voceadores de periódicos locales que paseaban con su camioneta casi siempre para dar la noticia trágica de la colonia de la noche anterior. En mi infancia lo escuchaba con frecuencia.
Crecí en un rincón de Atizapán de Zaragoza, en el Estado de México, humilde y violento por igual. Yo no lo sabía, pero con el tiempo se volvió un tesoro de mi memoria lo que en su momento pensaba que era un castigo. El estar encerrado en casa sin poder salir a la calle ya sea por lo enfermizo que era o porque del otro lado de la puerta habitaban seres peligrosos.
Lo que se volvió tesoro fueron los momentos en casa. Yo no lo sabía, pero fue hermoso poder ver en la televisión de la casa las noticias con mi abuelo de un tal Jacobo Zabludovsky; tener que soportar las telenovelas que veía mi abuela como esa llamada La dueña donde salía una chava que después sería Primera Dama del país, cuando lo que yo quería era ver las caricaturas y llorar porque Roberto no se llevaba a Oliver a Brasil en los Supercampeones o sentir lo que era la amistad con Goku y Krilin.
Yo no lo sabía pero fue maravilloso estar encerrado en casa para ver con mi primera hermana las travesuras de Malcolm y su alocada familia; los partidos de fútbol con mi tío con quien me puse a llorar en la madrugada cuando EU le ganó a México en Corea-Japón; y ni qué decir de mis berrinches constantes por hacerme fan de un equipo como las Chivas, de esos tiempos donde Ramón Ramírez dominaba la cancha con su zurda impresionante.
Y es que por mucho tiempo peleaba que no podía salir de mi casa. Era una cosa prohibida y siendo niño me las tenía que arreglar para divertirme. Mis amigos fueron muñecos miniatura que vivían aventuras por toda nuestra casa. No se imaginan lo que significó el haber ido al cine por primera vez, lo disfrutaba cada año que iba porque era mi regalo de cumpleaños con mucho esfuerzo de mis papás.
Yo no sabía lo maravilloso que fue estar en casa todo ese tiempo. Y ver a mi abuelo cantar los corridos que componía y ayudarle a grabarlos; es su tocadiscos tenía radio y ahí canté con él “Por tu maldito amor” de Vicente Fernández como si supiera lo que es el despecho a los siete años.
A la distancia recuerdo ver a mi mamá cantar a todo pulmón a Mónica Naranjo o a mi papá las rolas románticas de Los Pasteles Verdes. Y qué decir de la vez que me enamoré del rock cuando mi tío me enseñó que existen bandas como Scorpions o Guns N’ Roses. La cabeza me voló a guitarrazos.
Recuerdo que la máxima diversión que logramos de niños era jugar a Mario Bros. y matar patos virtuales con una pistola conectada a ese aparato que llamaban Family. Y la envidia que tuve cuando ese Mario Bros. ya podía hacer lo que quisieras cuando mi amigo de primaria me llevó a su casa a jugar Nintendo 64.
Todo eso era maravilloso pero yo fui un niño que quería salir, y tenía la curiosidad de saber qué había detrás de las historias que vendía el voceador de la camioneta. Quería saber si alguien que veía pasar por mi barda era el que había muerto. Y a la curiosidad se le sumó la rebeldía de la pubertad y comencé a salir. Primero a escondidas como en las películas de espías luego negociando que si cumplía con estar en los lugares de aprovechamiento podía tener más libertades.
Y así fui a conociendo a los seres peligrosos que me decían. Y yo por no frenar mi libertad me tocó ver lo que mi familia no quería que viera. Pero también con eso llegó lo que no esperaba. Yo tampoco sabía que sería una vocación pero no olvido el día en que en casa compraron el periódio local que llegó al grito de “Lo mataron, lo mataron”. Cuando lo leí me sorprendí. Nada de lo que estaba escrito era verdad, y lo sabía porque yo estaba ahí. Así que comencé a escribir, tratando de usar palabras nuevas que iba aprendiendo del cuaderno de poemas de mi papá e imitando como contaban las cosas los del periódico.
Así nació mi oficio como periodista. Comencé a escribir para mí. Escribía en mi diario las cosas que creía importantes para que solo yo fuera mi lector. Incluso hice una reseña de una obra de teatro que en secundaria nos hizo llorar a todos cuando unos reclusos contaban su propia historia de violencia y lo difícil que fue no volver a abrazar a sus papás.
Yo no lo sabía pero lo que se estaba formando era un periodista. Lo curioso de las cosas es que hasta hace poco yo tampoco sabía otra cosa importante: Que después de ejercer mi profesión por 13 años en un diario, iba a sentir que el periodismo me fallaría. Lo he visto mutar en los últimos años para convertirse en algo lejos de lo que pensaba.
De pronto las letras y los textos han dejado de leerse. La era digital ha venido a cambiar la forma de consumo y una gran parte de medios de comunicación han cedido a la ambigüedad de dar notas que se leen en un minuto sin el afán de investigar, más aún, ahora le preguntan a una IA de lo que se debe hablar, dejando de lado un criterio profesional. Quizás sea mera percepción, o fue el impacto de secuela de lo que me dejó una reciente cobertura.
Entre tantas cosas que no he sabido, se suma una más. Que habría un grupo de apasionados comunicólogos que me han acompañado por años en hacer un periodismo lo más profesional posible y se han unido a este servidor para impulsar este proyecto que hoy sale a la luz aunque se ha gestado en los últimos años con un gran sentido de colaboración.
Nuestro nombre es Clímax en Medio, una revista audiovisual, que busca hacer de su carácter independiente un pilar que dé libertad de proponer abrir conversaciones en la cultura del entretenimiento que se han dejado de escuchar o que están esperando a ser escuchadas.
En este proyecto creemos que aún hay un montón de historias que queremos contar y que están más allá de la tendencia y la viralidad. Especialmente queremos conectar con todos aquellos que nos lean y nos vean, escuchar y leer sus experiencias, sus gustos, su conocimientos. Que en este presente cada vez más individualizado podamos sumarnos a abrir diálogos.
De pronto suena un poco irónico que el autor de este texto, que proviene de un barrio violento, sea un apasionado por el entretenimiento. El camino me trajo hasta acá y aunque me lo cuestioné por mucho tiempo lo cierto es que estoy agradecido. Mi historia emocional se construyó aprendiendo emociones con el cine, con series, con videojuegos, con fútbol, con música y con el tiempo con el teatro y sé que no soy el único apasionado.
Pero ya no divago más. Solo quiero enfatizar que en Clímax en Medio estamos para que sea un espacio digno de la cultura popular y gracias a todos los que se han sumado al proyecto y a los que nos han dado su apoyo. Es momento de continuar. Bienvenidos.