Carmina Burana fue un rugido coral con mil voces que estremeció a la Arena CDMX
El eco de la historia resonó en cada rincón de la Arena Ciudad de México la noche de este jueves. Más de mil músicos sobre el escenario, una sinfónica monumental que unió a 16 coros y más de 120 instrumentistas, dieron vida a una de las obras más intensas y rebeldes del repertorio universal: Carmina Burana, de Carl Orff.
Nunca antes en México se había congregado un ensamble de esta magnitud, y el resultado fue una experiencia que osciló entre la fuerza desbordada y los susurros ancestrales de los monjes goliardos que inspiraron este clásico.

La introducción: un viaje a los orígenes de Carmina Burana
La velada inició con una introducción de 20 minutos a cargo del Mtro. Juan Arturo Brennan, cronista musical y divulgador incansable.
Su voz, clara y erudita, ofreció a los asistentes un viaje hacia los orígenes de la obra: aquellos manuscritos medievales encontrados en el monasterio de Beuern, escritos por monjes errantes, irreverentes y apasionados que celebraban el vino, la carne, la sensualidad y la fugacidad de la fortuna.
Brennan recordó que Carmina Burana es, en esencia, un canto a la vida y al azar, a esa “rueda veleidosa” que abre y cierra la obra con la célebre O Fortuna. Con un guiño a la cultura popular, evocó incluso la versión que Ray Manzarek, tecladista de The Doors, hizo del oratorio, subrayando su atemporalidad y capacidad de reinventarse.

Mil músicos en escena: un reto coral y sinfónico
Tras esa antesala, el telón sonoro se levantó con el poder atronador de los coros. La coordinación coral del Mtro. David Arontes y la dirección concertadora de Mario Monroy, titular y fundador de Camerata Opus 11, condujeron esta marea humana que convirtió cada acorde en un oleaje.
El propio Monroy reconoció que se trataba de un reto personal: lograr la comunión de mil músicos en escena y ofrecer una interpretación que estuviera a la altura del mito.
El público respondió. El recinto se llenó casi por completo, apenas 500 localidades quedaron vacías y la expectación era palpable. El sonido de la percusión, descrita por Brennan como “sabrosa”, fue uno de los pilares de la interpretación. Latidos tribales que marcaron el pulso de la obra.

Solistas, luces y sombras de la interpretación
Los solistas brillaron con una intensidad especial, aportando dramatismo y color en cada intervención. Sin embargo, no todo fue perfecto: algunos coros secundarios y secciones de cuerdas dejaron ver ciertas debilidades. También problemas técnicos en el audio hicieron que, por momentos, parte del público quedara en silencio forzado.
Más allá de los matices, la noche fue apoteósica. Hubo quienes compararon esta versión con otras más visuales, como la célebre propuesta de “La Fura dels Baus”, pero en esta ocasión la apuesta fue por lo monumental de lo humano: la fuerza coral como espectáculo en sí mismo.
Al cierre, un gesto inesperado cargó la velada de simbolismo: la aparición de una bandera de Palestina ondeando en el escenario, recordando que la música también es un espacio de resistencia y solidaridad.

Carmina Burana, una obra eterna que sigue estremeciendo
Lo cierto es que Carmina Burana volvió a demostrar su vigencia. Escrita en una mezcla de latín, alemán medieval y francés, con textos que van de la exaltación erótica a la sátira social, esta obra sigue estremeciendo al mundo ocho siglos después de que aquellos monjes rebeldes la concibieran.
En México, esta versión monumental quedará en la memoria como una hazaña coral, imperfecta en algunos detalles, pero colosal en espíritu.
Un recordatorio de que la fortuna gira para todos: que la música, como la vida, es un ciclo de esplendores y silencios, de errores y destellos. Un show de imperfecciones que hacen aún más vibrante la experiencia de estar vivos.