Amar y Querer: La noche en que la Orquesta Sinfónica de México hizo vibrar el legado de José José
Hay noches en que un concierto trasciende la música para convertirse en ceremonia. La del 30 de septiembre de 2025 fue una de ellas, cuando el Auditorio Nacional no albergó a un público, sino a una congregación unida por el recuerdo de José José.
Se conmemoró el sexto aniversario luctuoso del eterno “Príncipe de la canción”, y el homenaje prometía ser tan grandioso como su legado.
Sobre el escenario, la Orquesta Sinfónica de México, bajo la precisa batuta del maestro Rodrigo Macías, se preparó para vestir de gala un cancionero que ha sido la banda sonora de millones. A su lado, un elenco de jóvenes y talentosos intérpretes aceptaba el desafío de dar nueva voz a un eco inmortal.
El propósito de la velada iba más allá de la simple nostalgia. Se trataba de una reafirmación artística, una exploración de nuevas profundidades en melodías conocidas.
Como bien lo expresó el director Rodrigo Macías, el concierto buscaba demostrar que “los grandes artistas, las grandes canciones, la gran música, siempre son susceptibles de muchos enfoques nuevos”.
Era una promesa de redescubrimiento, de escuchar con oídos frescos aquellas letras que creíamos saber de memoria. Con esa premisa resonando junto a los primeros acordes, el viaje a través del corazón de José José estaba por comenzar.

La obertura de una noche mágica
El concierto no inició con una voz, sino con la voz de la orquesta. Un popurrí instrumental, concebido como una obertura majestuosa, recorrió las diversas etapas musicales del Príncipe, preparando al público para la odisea emocional que se avecinaba.
Fue una decisión estratégica brillante: permitir que la magnificencia de los arreglos de Mario Santos, ejecutados por más de 70 músicos, tomara el protagonismo inicial. La música pura, despojada de letra pero cargada de intención, llenó cada rincón del recinto, recordando a todos la sólida “materia prima inigualable” sobre la que se construyó la leyenda.
La primera ovación estalló con “Gavilán o paloma”, y el público tuvo que decidir si era una cosa o la otra ante la potencia de las voces de Natalia Marrokín y Alfonso Alquicira.
Le siguió “Lo que un día no fue no será”, interpretada por Debbie Castro y Ricardo Caballero, dejando en claro que la promesa de aquella noche mágica sí sería. Fue entonces cuando el maestro Macías tomó la palabra por primera vez, estableciendo un tono de conexión y humildad que perduraría durante todo el evento.
Un homenaje muy humilde
“Buenas noches, estamos felices de estar aquí con ustedes en esta noche mágica, una noche romántica, una noche para recordar a uno de los artistas más grandes que ha dado este país. Es un homenaje que hacemos de forma muy humilde. Extrañamos mucho a José José. Lo echamos mucho de menos”, dijo.
Este primer bloque continuó con un Ricardo Caballero que se adueñó del escenario, primero con la advertencia de “Me vas a echar de menos” y luego con la súplica de “No me digas que te vas”.
Alfonso Alquicira respondió con la promesa apasionada de “Voy a llenarte toda”, para luego unirse a Debbie Castro en un dueto que afirmó que con su amor “Me basta”.
Los cantantes invitados comenzaron a demostrar que los arreglos sinfónicos no eran un mero acompañamiento, sino, en palabras de Macías, “un traje a la medida” para cada uno. Esta sección inicial no solo calentó los motores, sino que sentó las bases emocionales para adentrarse en las facetas más profundas del vasto repertorio del Príncipe.

El desamor hecho poesía sinfónica
Superada la introducción, el concierto se adentró sin concesiones en el corazón del repertorio de José José: esas baladas de desamor, desesperación y renuncia que lo convirtieron en el confidente de un continente.
Estas canciones no son meros éxitos; son el pilar de su conexión indeleble con un público que encontró en su voz el eco de sus propias derrotas. La orquesta, consciente de la carga emocional, se transformó en el paisaje sonoro de la melancolía.
La orquesta construyó una celda de cuerdas disonantes y metales graves para una Natalia Marrokín que hizo sentir la angustia dramática de “Presa” en el escenario. Luego, el desgarro de “Desesperado” encontró en Debbie Castro una intérprete a la altura del drama, mientras los golpes percusivos de la sinfónica imitaban un corazón frenético.
Tras la tormenta, Alfonso Alquicira ofreció una pausa introspectiva con la pregunta “¿Y quién puede ser?”. El punto álgido de este bloque llegó con “Lágrimas”, un dueto entre Ricardo Caballero y Debbie Castro que amplificó el drama inherente de la letra, seguido por la digna pero devastadora resignación de Natalia Marrokín en “He renunciado a ti”.
El acto cerró con la sombría advertencia de Caballero en “Cuando vayas conmigo”, confirmando la universalidad del dolor en la música del Príncipe y preparando el escenario para la nueva generación que ahora lleva esa antorcha.

Una nueva generación abraza el legado
Con la emoción a flor de piel, Rodrigo Macías hizo una pausa para presentar un momento crucial, uno que cumplía con el objetivo de conectar el legado con el futuro. “Fíjense que aquí vibramos”, dijo.
“Ahora les quiero presentar a unos jovencitos que a su corta edad son portavoces de la música bella de nuestro país”, agregó.
Así dio la bienvenida a Los Miranda, cuya presencia simbolizaba la trascendencia generacional de la obra del Príncipe.
Una de sus integrantes tomó el micrófono para enmarcar su participación: “Venimos a agradecer a José José por decirnos con la voz lo que el corazón no pudo decir. Que José José está en la playlist favorita de todos los mexicanos”.
Jóvenes con gran madurez
El impacto fue inmediato. Para su primera pieza, “Amor, amor”, la orquesta guardó un silencio reverencial. La interpretación fue completamente a capela, dejando que la pura armonía vocal llenara el auditorio. Fue un tributo a la melodía en su estado más puro.
Tras interpretar “Una mañana”, el grupo se unió a la orquesta para una vibrante versión de “Piel de azúcar”, un poderoso símbolo del puente entre la tradición y la modernidad.
La colaboración culminó con una de las joyas de la noche: Héctor de Los Miranda junto a Debbie Castro en “40 y 20”, en una pieza que hacía juego con sus propias edades.
Escuchar a estas voces jóvenes abordar una canción sobre la madurez y el paso del tiempo demostró la atemporalidad absoluta de la composición. Con el legado asegurado en las gargantas de la juventud, el concierto estaba listo para desatar la catarsis final.

Catarsis colectiva y la emoción a flor de piel
Si los actos anteriores construyeron la emoción, este fue el momento de la explosión. El concierto entró en su clímax con una cascada de éxitos que transformaron el Auditorio Nacional en un coro monumental.
La energía se vio anclada por la presencia de la familia del cantante —Anel Noreña y José Joel —, cuya asistencia sirvió como un recordatorio tangible del hombre detrás de la leyenda, uniendo aún más a artistas y público.
Fue un torbellino de nostalgia tejido con maestría. El público se preguntó “¿Y qué?” (Ricardo Caballero y Natalia Marrokín) ante el despecho, para luego rendirse a la irónica tristeza del “Payaso” (Alfonso Alquicira) y al anhelo de “Quiero perderme contigo” (Natalia Marrokín).
La súplica de “Si me dejas ahora” caló hondo en la voz de Natalia Marrokín, seguida de la contundencia de “Eso nomás” con Ricardo Caballero.
La noche avanzó entre el dolor del olvido con “Amnesia” en voz de Ricardo Caballero y Debbie y la encrucijada de “O tú o yo” con Alfonso Alquicira y Natalia Marrokín, antes de encontrar un refugio íntimo en “Almohada” en la voz de Debbie Castro con Los Miranda y sentir la erupción pasional de “Volcán” con una emocional Marrokín.
Grandes himnos de José José
La orquesta y las voces no daban tregua, llevando a la audiencia de la devastadora certeza de que “El amor acaba” (Ricardo Caballero) a la desafiante traición de “Lo dudo” (Alfonso Alquicira).
Luego el trío masculino afirmó con orgullo “Seré”, preparando el terreno para la comunión masiva.
Esa comunión llegó con los himnos interpretados por “todos los intérpretes”. “Lo pasado, pasado” y la inmortal “La nave del olvido” disolvieron por completo la barrera entre el escenario y las butacas.
En medio de la euforia, Macías reconoció el esfuerzo monumental: el trabajo de meses de Mario Santos y, sobre todo, “el cariño y respaldo de la familia de José José”. La atmósfera estaba cargada, lista para el golpe de gracia final.

Encore: La inmortalidad del Príncipe
Tras una ovación ensordecedora, la penumbra se rompió una vez más. El regreso de los artistas para el encore no fue un apéndice, sino la consagración definitiva del homenaje.
La selección fue una declaración de intenciones: “Buenos días amor”, la sentida “Gracias” de Los Miranda y el llamado a la reflexión de “Vamos a darnos tiempo” funcionaron como una conversación íntima entre el espíritu de José José y sus fieles seguidores.
El clímax del encore llegó con “Amar y querer”, interpretada al unísono. Más que una canción, fue la tesis de la noche, la declaración de principios que encapsula la filosofía del propio Príncipe. Pero el broche de oro, la nota que quedaría suspendida en el aire mucho después del último aplauso, fue “El triste”.
Arropada por la majestuosidad sinfónica, con cuerdas ascendentes que desafiaban la gravedad y metales que no lloraban, sino que proclamaban una victoria, la canción que nació en la derrota se transformó en un himno de triunfo.
No fue un final melancólico, sino una afirmación rotunda de que la gran música había vencido al tiempo, a la ausencia y al olvido. Mientras resonaba la última nota en el Auditorio Nacional, entre aplausos que no cesaban, quedó flotando una certeza: gracias a noches como esta, la nave del olvido nunca, jamás, alcanzará al Príncipe.